Entrevista a Cecilia Ramirez, migrante boliviana que trabaja en cooperación con La Alameda y es una ex víctima de la explotación en talleres clandestinos.
‘’Era un lugar horrible, no había luz y nos alimentaban como a animales’’
En Argentina, los talleres textiles clandestinos no solo representan sitios de producción, sino también comunidades en las que convergen la vida laboral y residencial. Estos lugares, a menudo reducidos y clandestinos, se convierten en verdaderos dormitorios-talleres, donde los trabajadores, en su mayoría migrantes recién llegados, se ven sometidos a jornadas laborales extenuantes que se prolongan más allá de las doce horas diarias.
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Principalmente habitados por migrantes provenientes de diversas regiones, especialmente de Bolivia, estos talleres se erigen como soluciones para dos problemáticas fundamentales: la vivienda y el empleo. En estos pocos metros cuadrados, se desarrolla la vida completa de aquellos que buscan establecerse en una nueva tierra, fusionando de manera única la cuestión habitacional y laboral, incluso ingresando a estos ambientes insalubres a niños pequeños para su crianza dentro del taller.
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La dualidad de estos espacios, donde la producción textil y la residencia se entrelazan, revela la complejidad de la realidad que enfrentan los migrantes. Así, estos talleres no solo se constituyen como centros de producción, sino también como testigos silenciosos de las historias de aquellos que, en la búsqueda de una vida mejor, encuentran en estas condiciones laborales y habitacionales insanas su punto de partida en la sociedad argentina.
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Cecilia Ramirez es una inmigrante boliviana que fue sometida durante más de cuatro años a la explotación laboral que ejercen los talleres clandestinos y nos cuenta su experiencia en estos.
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¿Las personas que trabajan en el área textil de la cooperativa son personas que han pasado previamente por un taller clandestino?
La mayoría, sí. Ahora en estos días, estamos con pocas personas trabajando porque la mayoría de las compañeras se fueron a Bolivia. Yo, por ejemplo, trabajaba en un taller clandestino. Cuando recién llegué de Bolivia no tenía documentos y me fui a trabajar en una fábrica de coreanos, era una explotación total. Era un lugar horrible, no había ni luz; era un galpón donde no había ni ventanas. Era un taller de tejido de punto, entonces te imaginarás la pelusa, el ambiente pesado que había ahí.
¿De qué año a qué año estuviste trabajando para el tallerista coreanos?
Habré estado unos cuatro años, del 2003 hasta el 2006 más o menos.
En todo este tiempo que estuviste, ¿en algún momento fueron a hacer inspección y controles?
Sí, pero en el taller, en donde se encontraba la cocina, entre el lavadero y la cocina, había una puertita muy pequeña que daba paso al departamento de a lado de la casa del coreano, entonces venía inspección y nos decían ‘’Bueno chicos, a la cocina, de la cocina a la puertita y al otro departamento’’. Ten en cuenta que en este taller no había ningún trabajador en blanco, todos estabamos en negro entonces directamente hacían como si no hubiese nadie.
¿Cómo era trabajar ahí y de cuántas horas era la jornada?
Entrábamos a las siete de la mañana y salíamos a las ocho de la noche; eran más de 12 horas que nos mantenían ahí. Igualmente, hay dos métodos que tienen estos talleres, el primero es el que yo seguía de entrar, estar 13 horas y luego irnos; y el segundo es el de quedarse vivir en el taller mismo. Había muchas personas que se quedaban a dormir ahí ya que era una fábrica enorme. De hecho, la fábrica ya no existe, pero los dueños siguen con el negocio sin embargo ya no producen por su cuenta, sino que compran la tela y luego tercerizan la confección a otros talleres clandestinos. Entonces, sigue funcionando el sistema clandestino por más que la fábrica haya cerrado.
¿Cómo era el trato del tallerista hacia los trabajadores?
Los coreanos contrataron al que nos controlaba, esta persona era otro boliviano. Él era el encargado de gestionar al grupo. Y bueno, el trato en general es horrible porque al ser ellos los que te proveen la comida y te dan la cama, la gente vive precariamente. Uno se levanta de la cama, tiene que asearse en baños precarios y luego deben ir a trabajar directamente. Aparte, el tema de la comida es horrible, literalmente es como si alimentaran animales, añadiendo que la comida es escasa, para nada abundante.
Durante esas 13 horas en las que trabajaban, ¿tenían algún tiempo de descanso o era producir constantemente?
Como el pago es por producción a la gente le conviene producir, pero si hay un grado grande de exigencia porque te controlan con cámaras. En el momento en que alguien se levanta para ir al baño, se le controla por las cámaras e incluso hay otras personas que están al servicio del encargado de controlar la producción que lo llama por el intercomunicador para decirle si una persona se levantó y está en el baño hace equis tiempo y le avisa para que vaya a fijarse que pasa, por ejemplo. Entonces sí, termina siendo un control total.
¿Qué tipos de personas son las que suelen trabajar en estos talleres, de qué nacionalidad son?
Por lo general hay peruanos, bolivianos y paraguayos. Al fin y al cabo gente que no se encuentra documentada, inmigrantes recién llegados al país.
¿En la actualidad, sabes de algún taller que funcione clandestinamente que se pueda localizar?
No, no se sabe. Hay un montón de lugares pero yo no sé exactamente las direcciones donde se encuentran. Yo estoy viviendo en Lugano y ahí hay un montón de lugares. Luego, tengo una amiga que fui a visitar después de mucho tiempo y vi que tenía un tallercito familiar que estaba confeccionando para Zara, pero me hice la loca y no le dije nada porque tampoco es que vaya a denunciar la casa de una amiga.
En villa Celina, por donde trabaja mi marido, que trabaja en una maquinaría, también hay un montón de talleres, un montón, un montón.
¿Cómo fue tu última experiencia en un taller textil antes de venir a trabajar en La Alameda?
Yo conseguí un trabajo previo a estar acá, era un negocio donde confeccionaban para Polo que se encontraba en Villa Crespo. El lugar se conformaba por la parte de abajo donde se encontraba el negocio y la de arriba en donde se encontraba el taller. Este taller tenía una combinación entre gente en blanco y gente en negro. Además, estos talleres tienen contacto con la policía y la DGI que les avisan cuando van a pasar a hacer control para que puedan esconder con tiempo a los chicos que están en negro, entonces los dueños a los trabajadores en negro les decían ‘’nene, andá tomate un café o mañana no vengas o ven al medio día’’. Obviamente todo esto con plata de por medio.